Capítulo 2: El Espejo Fracturado

 La lluvia golpeaba las hojas del Corazón Umbrío como un tambor fúnebre, empapando la túnica de Lira hasta que pesó como una condena. El cáliz colgaba de su cinturón, atado con un cordel que había arrancado de su falda, y su frío metálico se filtraba a través de la tela, quemándole la piel. El chico —Kael, lo había llamado entre gruñidos mientras la seguía— caminaba unos pasos atrás, su espada envainada pero zumbando aún, como si estuviera viva y hambrienta.

"No puedes quedarte con eso," dijo él, rompiendo el silencio. Su voz era baja, casi tragada por el crujir de las ramas bajo sus botas. "No creo que ese cáliz sea un trofeo. Percibo un mal augurio."

Lira no se giró. "No lo dejé caer para que lo reclames tú." Sus dedos rozaron el bronce rugoso, y el susurro volvió, débil pero insistente: “Bebe y recuerda”. Apretó los dientes y siguió adelante, ignorando el peso de sus ojos en su espalda.

El bosque se espesaba a cada paso, los troncos cerrándose como barrotes de una antigua prisión. Entre las ramas colgaban linternas oxidadas, sus cristales rotos refractando la luz verdosa en haces débiles que bailaban sobre el suelo cubierto de musgo. Entonces lo vio: un arco de piedra medio derrumbado, cubierto de hiedra negra y coronado por un espejo. Su marco era de madera carcomida, tallado con garras que parecían aferrarse al cristal fracturado. La superficie estaba agrietada, pero reflejaba algo más que el bosque: sombras que se movían, rostros borrosos que se desvanecían al intentar mirarlos.

Kael se detuvo a su lado, tan cerca que Lira sintió el calor de su aliento contra su cuello. "No lo toques," murmuró.

"¿Por qué no?" Ella dio un paso adelante, atraída por un destello en el cristal. Su reflejo apareció, pero no era solo ella. A su lado estaba Kael, pero diferente: su capa era de un rojo desvaído, su rostro más joven, y sus ojos la miraban con una tristeza que le cortó la respiración. Luego, el reflejo cambió. Ella llevaba una corona rota, sangre goteando de sus manos, y él sostenía una daga contra su pecho. Una palabra escapó del espejo, susurrada por una voz que no era la suya: “Otra vez”.

Lira retrocedió, tropezando contra Kael. Él la sostuvo por los hombros, sus manos firmes pero temblorosas. "¿Qué viste?" preguntó, su tono afilado por algo que parecía miedo.

"Nada," mintió ella, apartándose. Pero el eco de esa visión la perseguía: sus rostros, su dolor, como si hubieran estado aquí antes, atrapados en un ciclo que no conseguía entender.

Un rugido grave sacudió el suelo, y el espejo tembló en su marco. De la niebla surgió una criatura: un lobo esquelético, sus costillas expuestas cubiertas de musgo podrido, sus ojos dos pozos de luz blanca. Kael desenvainó su espada, y el zumbido se intensificó, las sombras de la hoja estirándose como dedos hacia la bestia. "¡Aléjate!" gritó.

Lira no obedeció. Sus manos se alzaron por instinto, luz y sombra brotando de sus palmas en un torbellino desigual. La luz golpeó al lobo, haciéndolo retroceder, pero la sombra se descontroló, enroscándose alrededor de su propio brazo como una serpiente.

Gritó, cayendo de rodillas, mientras Kael se deshacía de la enorme y sobrenatural bestia con un golpe que hizo temblar el aire. Los restos se disolvieron en cenizas húmedas, dejando solo el eco de su aullido.

Él se giró hacia ella, jadeando. "Estás loca. ¿Qué intentabas hacer?"

"Salvarnos," escupió Lira, arrancando la sombra de su piel con un jadeo. Le dolía, como si hubiera perdido algo más que magia.

Kael envainó la espada, pero sus ojos no se apartaron de ella. "No puedes controlar eso. Nadie puede." Luego, más bajo, agregó: "Te destruirá."

Ella se puso en pie, tambaleándose, y señaló el espejo. "Eso sabía mi nombre. Nos mostró… algo." Su voz se quebró. "Como si ya nos conociéramos."

Él frunció el ceño, acercándose al cristal. Su reflejo titubeó, y por un instante, Lira juró que vio lágrimas en los ojos de su imagen, una mano extendida hacia ella que se desvaneció en la niebla. Kael apartó la mirada, pálido. "Es un truco del bosque. No significa nada."

Pero sus palabras sonaron huecas, y cuando sus ojos se encontraron, había una chispa de reconocimiento que ninguno quiso nombrar. El cáliz en el cinturón de Lira vibró, y el espejo emitió un crujido, como si riera.

Desde la distancia, un cuerno resonó: los Guardianes, o quizás los Tejedores, acercándose. Kael maldijo y la tomó del brazo. "Tenemos que movernos. Ahora."

Ella asintió, pero mientras corrían entre los árboles, el peso de esa visión se asentó en su pecho como una piedra. No era solo el bosque lo que los unía. Era algo más antiguo, más profundo, un hilo roto que tiraba de ellos hacia un final que ya habían vivido.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Capítulo 1: El Eco del Cáliz

Capítulo 5: El Reflejo de los Perdidos