Capítulo 5: El Reflejo de los Perdidos
El amanecer no llegó al Corazón Umbrío.
En su lugar, una luz grisácea se filtró entre los árboles, tiñendo el bosque de un fulgor mortecino que apenas alcanzaba a disipar la niebla. Lira y Kael avanzaban en silencio, sus pasos resonando sobre un suelo cubierto de hojas podridas y fragmentos de piedra tallada. El Collar de los Ecos colgaba pesado contra el pecho de Lira, su susurro constante como un latido que no era el suyo, mientras el cáliz en su cinturón rozaba su pierna con cada movimiento. Kael caminaba a su lado, la espada envainada pero lista, sus ojos penetrantes escrutando las sombras con una tensión que no había cesado desde la noche anterior.
Habían dejado el altar detrás, pero el bosque no los dejaba descansar. Los troncos se retorcían en formas cada vez más grotescas a medida que avanzaban, algunos con rostros tallados a medio borrar, como si el tiempo hubiera intentado —y fallado— olvidar su dolor. Entonces, el camino se abrió a un estanque circular de superficie negra como tinta, rodeado de un siniestro círculo de piedras cruelmente desgastadas. En el centro, suspendido sobre el agua por cadenas oxidadas que colgaban de las ramas, estaba el espejo fracturado, el mismo que habían visto antes. Su cristal agrietado brillaba con un resplandor tenue, y las garras talladas en su marco parecían apretarse más y más, como si el objeto estuviera vivo.
Lira se detuvo, el aire atrapado en su garganta. "Otra vez," murmuró, y el Prisma Escamoso zumbó contra su piel, más fuerte esta vez, como si respondiera al espejo.
Kael dio un paso adelante, interponiéndose entre ella y el estanque. "No te acerques. Ya sabemos lo que hace." Pero su voz vaciló, y sus ojos se clavaron en el cristal, como si él también lo sintiera: una llamada que no podían ignorar.
El espejo tembló, y las cadenas chirriaron, un sonido que arañó el silencio. Una imagen apareció en su superficie fracturada, clara esta vez, no como las sombras borrosas de antes. Era Lira, pero no la Lira que conocía: llevaba una túnica de lino desgarrada, su cabello trenzado con flores secas, y sus manos estaban manchadas de sangre. A su lado estaba Kael, con una armadura de cuero viejo, una daga rota en la mano y una expresión de desesperación que le heló la sangre. Estaban en un campo en llamas, el cielo se cernía rojo sobre ellos, y él la abrazaba mientras ella lloraba, mezclándose sus lágrimas con la ceniza que caía.
"¿Qué es esto?" susurró Lira, acercándose sin quererlo. El collar vibró con violencia, y el cáliz en su cinturón emitió un gemido bajo, como si ambos objetos reconocieran la escena.
La imagen cambió. Ahora eran otros: una mujer con los ojos grises de Lira, vestida con una capa de plumas negras, y un hombre con la mandíbula afilada de Kael, sosteniendo un arco roto. Estaban en una cueva iluminada por antorchas, enfrentándose con armas en alto, pero sus rostros estaban llenos de dolor, no de odio. Él gritó algo que el espejo no dejó oír, y ella dejó caer su espada, corriendo hacia él justo cuando una sombra los engulló.
Kael retrocedió, tropezando con una piedra. "Esto no es real," dijo, pero su voz temblaba. "Es un truco. El bosque nos la está jugando."
Lira negó con la cabeza, las lágrimas abrasándole los ojos. "Puedo verlos. A todos ellos. A todos nosotros." Tocó el collar, y una oleada de imágenes la golpeó: un desierto donde ella lo apuñaló mientras lloraba, un castillo en ruinas donde él la sostuvo mientras moría, un bosque como este donde se besaron bajo la lluvia antes de que una flecha los separara. Cada vida, cada muerte, un eco de amor roto por un destino que no podían escapar. Cayó de rodillas, jadeando. Y las lágrimas caían de nuevo mientras el collar la quemaba.
Kael se arrodilló frente a ella, tomándola por los hombros. "¡Lira, basta! ¡Mírame!" Sus manos eran firmes, pero sus ojos estaban húmedos, y por un instante, ella vio al hombre del campo en llamas, al arquero de la cueva, a todos los que había sido. "¿Qué has visto?"
"Nosotros," susurró ella, la voz rota. "Siempre nosotros. En todas partes, en cada vez. Siempre termina igual." Una lágrima se deslizó por su mejilla, y él la atrapó con el pulgar, un gesto tan suave que contrastaba con la dureza de su rostro.
"No sé de qué hablas," dijo él, pero sus manos temblaron, y el espejo crujió de nuevo, mostrando una última imagen: ellos dos, en este bosque, frente a este estanque, pero más viejos, más rotos. Ella sostenía el cáliz lleno de un líquido negro, y él la miraba con una mezcla de amor y horror mientras ella lo bebía. La visión se desvaneció, dejando el cristal vacío, reflejando solo sus rostros pálidos y asustados.
Lira apartó la mirada. El peso del collar y el cáliz la oprimían de manera casi insoportable. "Estamos atrapados, Kael. Estamos en algo más grande que esto. Lo siento en mí… lo he sentido desde el principio."
Él se puso en pie, ayudándola a levantarse, pero no soltó sus brazos. "Si es verdad, lo enfrentaremos juntos. No me importa lo que hayamos sido antes. Ahora estamos aquí." Su voz era firme, pero había una remota sombra en sus ojos, un reconocimiento fugaz que no quiso explorar.
El bosque rugió a su alrededor, un viento helado que agitó las cadenas del espejo y apagó las linternas herrumbrosas. Desde la distancia, un cuerno sonó otra vez, más cerca, y el crujir de ramas anunció que no estaban solos. Pero Lira apenas lo oyó. Su mirada estaba fija en Kael, en la curva de su mandíbula, en el verde de sus ojos, y una certeza melancólica se asentó en su alma: lo amaba, lo había amado antes, y lo perdería de nuevo.
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