Capítulo 3: El Collar de los Ecos

 El cuerno resonó de nuevo, más cerca, un lamento grave que atravesó la niebla del Corazón Umbrío como una flecha. Lira corrió, sus botas hundiéndose en el barro negro, el cáliz golpeando contra su cadera con cada paso. Kael iba delante, abriendo camino entre las enredaderas marchitas con su espada, el zumbido de la hoja un eco constante en el aire húmedo. Los árboles se alzaban a su alrededor, retorcidos y desnudos, sus ramas como garras de un cadáver antiguo atrapadas en el tiempo.

"¡Por aquí!" gritó Kael, girando hacia un sendero flanqueado por estatuas ignoradas durante eones. Sus bases estaban cubiertas de musgo podrido, y en sus manos de piedra yacían restos de ofrendas olvidadas: el espectro de unas flores marchitas, cuencos rotos llenos de agua estancada. Lira lo siguió, el aliento quemándole la garganta, pero el sonido de cascos y gritos la alcanzó antes de que pudiera recuperar el paso.

Un jinete emergió de la niebla, su armadura blanca salpicada de barro, una lanza brillante en la mano. "¡La hechicera!" rugió, y detrás de él aparecieron tres más, sus capas ondeando como sudarios. Guardianes de la Luz. Sus ojos brillaban con un fanatismo helado, y sus armas despedían un fulgor que cortaba la penumbra.

Kael se giró, levantando su espada. "¡Corre, Lira! ¡No te detengas!" La hoja chocó contra la lanza del primer jinete, y las sombras de su filo se alzaron como serpientes, enroscándose alrededor del arma enemiga hasta quebrarla. El Guardián cayó con un grito, pero otro tomó su lugar, blandiendo una maza que silbó al pasar cerca de la cabeza de Kael.

Lira dudó, el corazón latiéndole en los oídos. No podía dejarlo. Sus ojos recorrieron el claro, buscando algo, cualquier cosa. Entonces lo vio: entre las raíces de un árbol hundido, medio enterrado en la tierra negra, brillaba un destello metálico. Se lanzó hacia él, arrancando musgo y tierra con las uñas hasta liberar un collar. Era una cadena de hierro oxidado, fría al tacto, con un colgante de obsidiana tallado en forma de prisma de mil escamas. Las letras grabadas en su superficie estaban desgastadas, como si el tiempo mismo las hubiera borrado, pero un zumbido grave emanó del objeto cuando lo tocó, resonando en sus huesos.

"¡Lira, maldita sea!" El grito de Kael la sacó de su trance. Él estaba acorralado, esquivando golpes mientras las sombras de su espada se debilitaban. Un Guardián lo alcanzó, un corte superficial en el brazo que lo hizo gruñir de dolor.

Ella se colgó el collar al cuello sin pensarlo. El peso del colgante tiró de ella, helado contra su pecho, y un susurro atravesó su mente, más claro que el del cáliz: “Libérame y mátalos”. Sus manos se alzaron, temblorosas, y el poder brotó sin que lo llamara. Luz dorada y sombras negras se entrelazaron, saliendo de sus palmas en un torbellino salvaje. El collar vibró, amplificando la energía hasta que el aire crujió como vidrio roto.

El torbellino golpeó a los Guardianes como una ola. El primer jinete fue arrojado contra una estatua, su armadura abollándose con un crujido húmedo. El segundo intentó alzar su escudo, pero las sombras lo atravesaron, enroscándose en su garganta hasta que cayó sin un sonido. El tercero giró su caballo para huir, pero la luz lo alcanzó, quemándole los ojos y derribándolo en un montón humeante. El silencio volvió, roto solo por el goteo de la lluvia y el jadeo de Lira.

Kael se acercó, cojeando, la espada colgando floja en su mano. "¿Qué… qué hiciste?" Sus ojos se clavaron en el collar, y un destello de alarma cruzó su rostro. "Quítatelo. Ahora."

Lira intentó hablar, pero un dolor agudo le atravesó las sienes. Cayó de rodillas, llevándose las manos a la cabeza. Sangre caliente goteó de su nariz, manchando el suelo, y su visión se nubló. El collar zumbó de nuevo, y fragmentos de imágenes inundaron su mente: un campo en llamas, una mujer con su rostro gritando su nombre, un hombre con los ojos de Kael sosteniendo una daga rota. “No otra vez”, susurró una voz que no era suya.

Kael la levantó por los brazos, su rostro pálido bajo la lluvia. "¡Lira, mírame! ¡Quédate conmigo!" La sacudió, y el movimiento la trajo de vuelta. El dolor cedió lo suficiente para que pudiera enfocar sus ojos grises en los de él, azules y llenos de algo que no supo nombrar.

"El collar…" murmuró ella, la voz rota. "Me habló."

"No vuelvas a tocarlo" gruñó él, pero no intentó quitárselo. Sus manos seguían en sus hombros, firmes, como si temiera que se desvaneciera. "Nos están cazando. No podemos quedarnos aquí."

Ella asintió, tambaleándose mientras se ponía en pie. La sangre seguía goteando, más lenta ahora, y el collar colgaba pesado contra su pecho, su obsidiana brillando con un fulgor tenue. Los cuerpos de los Guardianes yacían inmóviles, sus armaduras rotas como reliquias de una guerra olvidada. Pero el bosque no descansaba: un crujido resonó entre los árboles, y las linternas oxidadas parpadearon, como si algo las observara.

Kael la tomó de la mano, tirando de ella hacia la oscuridad. "Vamos. Antes de que vengan más."

Corrieron, el collar golpeando contra su piel con cada paso, su susurro mezclándose con el latir de su corazón. No sabía qué era, pero una certeza helada se asentó en su alma: ese objeto la conocía, y lo que había desatado no volvería a dormir.

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