Capítulo 6: La Caza en el Umbrío

 El viento helado aún aullaba entre las cadenas del espejo fracturado cuando un nuevo sonido cortó el aire: el crujido seco de ramas quebrándose bajo botas pesadas. Lira se giró, el Collar de los Ecos vibrando contra su pecho, mientras Kael desenvainaba su espada con un movimiento fluido. El zumbido de la hoja resonó en el estanque negro, y las linternas colgadas en los árboles parpadearon como si temieran lo que venía.

"¡Allí!" gritó una voz desde la niebla, áspera y cargada de furia. Figuras emergieron entre los troncos retorcidos: no Guardianes de la Luz esta vez, sino Tejedores de Sombras. Sus capas negras se fundían con la penumbra, y sus rostros estaban ocultos bajo capuchas bordadas con runas plateadas. En sus manos llevaban varas de ébano talladas con garras, cada una brillando con un fulgor púrpura que parecía absorber la luz del bosque.

Kael maldijo entre dientes, poniéndose delante de Lira. "Son demasiados. Corre, ahora."

"No te dejo," respondió ella, su voz temblando pero firme. El cáliz en su cinturón susurró algo incomprensible, y el collar zumbó otra vez, enviando un escalofrío por su espalda. Antes de que pudiera decidir, una vara se alzó, y una sombra con forma de garra se lanzó hacia ellos, rasgando el aire.

Kael giró su espada, las sombras de su filo chocando contra la garra en una explosión de oscuridad. El impacto lo hizo retroceder, y un hilo de sangre fresca goteó de la herida reabierta en su brazo. Lira extendió las manos por instinto, luz y sombra brotando de sus palmas, pero el collar amplificó el poder más allá de lo que esperaba. Un torbellino dorado y negro salió disparado, golpeando al Tejedor más cercano y arrojándolo contra un árbol con un crujido húmedo. Pero el esfuerzo la dejó mareada, y un dolor agudo de siglos le atravesó el pecho, haciéndola jadear.

"¡Mátala!" rugió otro Tejedor, alzando su vara. "¡Es el Portador Dual!" Una red de sombras se alzó del suelo, enroscándose como enredaderas hacia Lira. Ella tropezó, cayendo cerca del estanque, y el espejo fracturado tembló, reflejando no la pelea, sino una imagen fugaz: ella y Kael, en otra vida, a la luz de la luna, atrapados en una red similar, sus manos entrelazadas mientras el fuego los consumía.

Kael se lanzó frente a ella, cortando la red con un golpe desesperado de su espada. "¡Levántate!" gritó, tirando de su brazo. Corrieron hacia el bosque, pero los Tejedores los siguieron, sus sombras persiguiéndolos como perros hambrientos. El terreno se volvió traicionero, lleno de raíces expuestas y restos de estructuras olvidadas: un arco de piedra derrumbado, una estatua de un guerrero sin cabeza, su lanza rota cubierta de musgo.

Lira tropezó de nuevo, y algo brilló entre las raíces: una daga curva, su hoja mellada y su mango envuelto en cuero podrido. La levantó, sintiendo un peso que no era solo físico. El collar zumbó más fuerte, y una voz susurró en su mente: “Corta el hilo”. Sin pensarlo, clavó la daga en una sombra que se acercaba, y esta se deshizo con un chillido inhumano, dejando un eco que hizo temblar las cadenas del espejo a lo lejos.

Kael la alcanzó, jadeando. "Dónde encontraste..."

"No sé," lo cortó ella, sosteniendo la daga con manos temblorosas. "Me llamó."

Un Tejedor emergió frente a ellos con su vara lista para asestar un golpe mortal, pero Lira actuó primero. La luz y la sombra brotaron de nuevo, guiadas por el collar, y la daga en su mano brilló como si recordara cómo matar. El poder golpeó al Tejedor, derrumbándolo en un montón de tela y hueso, pero el precio que debía pagar llegó: sangre goteó de los ojos de Lira, tiñendo su visión de rojo, y cayó de rodillas con un grito ahogado.

Kael la levantó, sosteniéndola contra su pecho. "¡Basta! ¡Te estás matando!" Su voz era un rugido de pánico, y por un instante, sus ojos reflejaron al hombre de las visiones, el que la había perdido antes.

Los pasos de los Tejedores se acercaban, pero el bosque respondió. El suelo tembló, y de la tierra surgieron raíces negras, gruesas como brazos, enroscándose alrededor de los perseguidores. Gritos resonaron mientras eran arrastrados bajo la superficie, y el silencio volvió, roto solo por el jadeo de Lira y el latir acelerado de sus corazones.

Kael la ayudó a sentarse contra un tronco caído, limpiándole la sangre de la cara con la manga. "No puedes seguir así," dijo, su tono más suave pero cargado de miedo. "Ese collar, esa daga… te están consumiendo."

Lira apretó la daga en su mano, sintiendo su filo helado en su piel. "No tengo elección. Nos quieren muertos." Sus ojos buscaron los de él, y la melancolía del espejo volvió a ella. "Tal vez siempre nos han querido muertos."

Él no respondió, pero su mano se detuvo en su mejilla, y el silencio entre ellos pesó más que el bosque. La daga, el collar, el cáliz: cada objeto parecía susurrar una verdad que aún no podían enfrentar. Desde la distancia, el espejo fracturado emitió un crujido, como si riera de su destino.



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